“No quiero ser como tú, pero hermano, quiero que te acostumbres a verme”
(Tahúres Zurdos)
Recuerdo cómo, hace ya un buen puñado de años, mi profesora de sociales nos explicaba con orgullo lo sucedido en 1857 en una fábrica de camisas en Nueva York. Allí, un grupo de mujeres se rebeló por primera vez contra la desigualdad laboral. Allí, se empezó a hablar de brecha salarial, de conciliación de la vida laboral y familiar. Esa lucha valiente tuvo un 8 de marzo un desenlace trágico.
Era la primera vez que alguien me hacía tomar conciencia de que las cosas no habían sido fáciles para las mujeres. 150 años después, continúan sin serlo.
Según el Foro Económico Mundial se tardaría 118 años en cerrar la brecha salarial entre hombres y mujeres. Aunque resulte difícil de creer, las estadísticas cifran esa diferencia de salario medio en alrededor de 7000€ anuales. ¿Por qué?.
Cuando escuchaba a mi profesora hablar de mujeres trabajadoras ya entonces me sorprendía mucho el adjetivo. No conocía, ni conozco, ninguna mujer que no sea trabajadora. Las hay que trabajan mucho, muchísimo, y no obtienen ninguna remuneración. Las hay que hacen verdaderos malabarismos cada día, que tienen que perder horas en sus puestos de trabajo para poder conciliarlo con su vida familiar. Las hay que, definitivamente, tienen que elegir entre tener carrera o tener hijos.
Éste es el verdadero reto al que nos enfrentamos como sociedad. El verdadero muro a derribar. Porque, no se engañen, la única diferencia entre hombres y mujeres es que nosotras llevamos nueve meses a nuestros hijos en el vientre. Esta diferencia no nos hace menos capaces que los hombres para alcanzar nuestras metas.
Esa norma no escrita porque la consideramos socialmente aceptable que sea la mujer la que cargue casi en exclusiva con el peso de la crianza de los hijos debe cambiar. Sin corresponsabilidad nunca alcanzaremos la igualdad real. Por eso es necesario normalizar y fomentar la corresponsabilidad en las escuelas, en las familias.
También es necesario dar una vuelta a este aspecto en nuestra cultura empresarial; fomentando la transparencia en la selección y contratación del personal, los horarios laborales flexibles, los bancos de tiempo, planes estratégicos para que más mujeres puedan acceder a puestos directivos (cuotas no, por favor. No necesitamos que nos aúpen, nos basta con que no nos bajen el techo). Con esto no sólo nos acercaremos más rápido a la igualdad real. También seremos más productivos.
150 años nos separan de ese 8 de marzo neoyorquino. Hemos avanzado, pero aún queda mucho por hacer. Pongámonos manos a la obra.