Según la Sociedad Española de Médicos de Residencia (SEMER), de los 8 millones de personas mayores de 65 años, más de 1,5 millones están pasando solos estas fiestas navideñas. Los motivos que llevan a que los mayores no se reúnan con sus familiares son muy variados; pero está claro que esta circunstancia se agrava en el resto del año como el que está a punto de comenzar. Dos datos más: (1) según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2064 cerca del 40% de los residentes en España tendrá más de 65 años y su esperanza de vida superará los 90 años; y (2) según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la población mayor de 60 años se duplicará entre los años 2000 y 2050.
Trasladando estos datos a lo cercano, es inmediato afirmar que nuestros municipios están envejeciendo. Este aumento en la media de edad del vecindario tiene sus porqués: (1) nuevas pautas culturales han desembocado en problemas vinculados al ‘uso del tiempo’ que deben tratarse desde los gobiernos locales; (2) se han desintegrado muchas redes tradicionales de protección social que formaban las familias; y (3) nuestros mayores requieren de una atención especial de servicios que antes sólo eran facilitados por el ámbito familiar.
En este contexto, fomentar un envejecimiento pasivo de nuestros mayores no es ni ético ni inteligente. La OMS define como ‘envejecimiento activo’ «el proceso en que se optimizan las oportunidades de salud, participación y seguridad a fin de mejorar la calidad de vida de las personas a medida que envejecen». Después de las experiencias con políticas asistenciales desde el gobierno de la Nación, o al observar cómo se agota la ‘hucha’ de las pensiones, se ha llegado a la conclusión de que las prestaciones y los servicios públicos son condición necesaria pero no suficiente para crear implicación y respeto en el envejecimiento de nuestros municipios.
En nuestros municipios hay que construir espacios de decisión y promover una gestión integrada y sostenible de las políticas. Se trata de vincular un envejecimiento activo de nuestros mayores con las políticas urbanas. Para ello, hay que avanzar en un cambio en la manera en que la sociedad considera a las personas mayores. Una persona autónoma, tenga la edad que tenga, no necesita ni compasión ni paternalismo. Nuestros mayores deben ser vistos como sujetos capaces de colaborar en los diferentes ámbitos de la sociedad. Esto significa que es necesario fomentar la participación de los mayores, entendiendo ésta como el hecho de comprar en un supermercado, ver una película en el cine, o votar en una asamblea. La voz de las personas mayores debe estar presente en todo el proceso de políticas públicas, a través de organizaciones de todo tipo (sociales, culturales, sindicales, etc.), o a título individual.
Un hábitat urbano –vivienda, movilidad y espacio público- que favorezca la accesibilidad y la inclusión de nuestros mayores tiene más sentido y más posibilidades de éxito si se plantea a escala local donde, para la mayor parte de las personas, se generan y se recrean día a día las relaciones más significativas. Tengámoslo en cuenta a la hora de definir o modificar los desarrollos urbanísticos de nuestras ciudades de la provincia. Yo se lo voy a pedir a los Reyes Magos. Feliz 2018.